miércoles, 1 de octubre de 2014

leyenda contada a los niños durante un paseo en el zoo

--¿y eso qué es?--

Un hombre que iba desnudo se acercó al estanque y vio un piso reluciente de azulejo celeste de baño, reflejos de hexágonos luminosos por el agua y el sol.
Pareció que
las monedas estaban cerca, al alcance de la mano.
Se inclinó y metió la mano en el agua. Estaba tibia. Vio su cara de tonto que se desarmaba en piezas angulosas sobre la superficie y se tentó de mojarse. Metió la punta de la nariz y se mojo también los labios e hizo burbujas intencionales.
Recordó
que odiaba los juegos grupales de agua porque amaba estar solo, en el agua, a la hora de la siesta, y amaba el agua casi quieta, perturbándose alrededor de su cuerpo sumergido, según cómo este se moviera.
Experimentó la sensación de control e ilusión.
Como no llegaba a tocar las monedas con la punta de los dedos, arrodillado en tierra seca y firme, metió el brazo hasta el hombro en el estanque. Se confundió un  poco porque aún no tocaba los azulejos y metió la cabeza para mirar. Las monedas estaban allí, y eran más de las que él pensaba. Sacó la cabeza para respirar y volvió a meterla.
Y sus dos brazos.
E intentó agarrar las monedas, removió el agua y vio flotar cerca de él una cadenita de plata. Se le perdió en la espuma blanca. Se metió más.
Hasta que más de la mitad de su cuerpo estaba en el agua. Desde arriba uno lo hubiera visto partirse en dos, refractarse como un sorbete en la gaseosa. Se metió más,
más, la pelvis los muslos las rodillas los pies y nadó
Nadó nadó bajó e intentó llegar al fondo hasta que se quedó sin aire y tuvo que subir de nuevo.
Cuando miró otra vez, en el estanque habían pescaditos naranjas y transparentes. Se paró en el borde y de un clavado se estalló la cabeza.

Aquí yace el cráneo soñador

entre anémonas y sapos.

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